Opinión / Ensayos · 25/04/2024

Nos propongo un pacto

José Alberto Montoya

Estamos a nada de culminar el sexto abril desde el inicio de la crisis, hoy también se conmemoran treinta y cuatro años de aquel veinticinco de abril en el que la presidenta Violeta Barrios ascendió al poder. Violeta significó la esperanza, no solo la que pasó hace tres décadas, esa esperanza en las que muchas familias confiaban su reconstrucción; también es un faro que apunta a futuro.

            Violeta tuvo que confiar en sandinistas, conservadores, liberales, marxistas y empresarios para lograr construir un gabinete, una bancada y un electorado, pero antes tuvo claro el porqué de todas las cosas, que nuestro país fuera el lugar adecuado para que todos los colores del pensamiento pudieran convivir en paz.

            Una dictadura nunca puede ser más fuerte que el legado de una mujer que luchó contra todo para que millones de personas dejarán de padecer las consecuencias de una guerra que carcomía cada vez más la convivencia. Ahora tenemos una dictadura, que centra su ideología en que los caudillos sigan siendo caudillos, un régimen que ha debilitado todos los esfuerzos por mantener con esperanza a las personas.

            No me considero una figura de abril, me considero un superviviente de abril. Recién me entero del fallecimiento de Edwin Bustamante, lo conocí mientras colabora en los puestos médicos cuando ocupamos la Universidad Politécnica; me hizo pensar en no solo las personas que fueron asesinadas por la dictadura, también en nosotros, los que seguimos viviendo con el malsabor de boca que lo perdimos todo.

            En las chavalas y chavalos que conozco, que siguen en la universidad porque cuando estaban a punto de graduarse, les expulsaron de sus facultades; en quienes no pueden seguir estudiando porque no tuvieron más opción que la reubicación de ACNUR; en los grandes liderazgos y mentes que he conocido todos estos años, que ahora sus prioridades es no depender de los antojos de dos o tres personas.

            Las juventudes de aquel abril estamos cansadas, trastocadas, heridas e indignadas; también estamos molestas con nosotros mismos, porque ahora nos dimos cuenta que somos liberales, libertarios, socialistas, feministas, conservadores, ecologistas, antirracistas; porque nos terminamos de dar cuenta que hay un más allá de Daniel Ortega y Rosario Murillo, porque hemos cometido errores, porque hemos repetido patrones, porque no hemos roto con el ciclo de violencia, porque somos también una sociedad clasista, violenta y machista, porque nos gusta señalar a los “viejos” por ser viejos, y perdemos de vista que poco a poco, nos parecemos cada vez más a la generación que nos antecedió.

            Pero, ¿qué vamos a hacer? al final, nos quedamos sin bloques, sin casillas, sin organizaciones, sin movimientos estudiantiles, sin universidades y sin país ¿qué sigue ahora?

            Hay tantas asperezas por limar, tantas disculpas (sinceras) que pedir y por supuesto, meditar lo que podemos y no podemos disculpar. Más tarde que temprano, nos veremos en la obligación de volver a pactar, por eso, es importante pensar en un pacto sincero, un reencuentro de las manos que impulsaron aquel movimiento que contra la violencia, quisimos que prevaleciera el amor.

            Fuimos presos políticos, exiliados, desnacionalizados y expulsados, nos han ninguneado en todos los espacios, creo que es tiempo que nosotros mismos dejemos de ningunearnos. Es momento de proponernos un pacto que ilusione, que genere esperanza y que invite a la ciudadanía a pactar, a demostrar que las y los nicaragüenses podemos apostar a algo más allá de una dictadura y las prácticas añejas de la política tradicional.