*Alex Hernández
Yo soy una persona que se ha caracterizado por defender la idea de que una democracia se comienza a construir desde hoy, con nuestras acciones y nuestros discursos, con la aceptación de que la verdad no está en manos de unos cuantos, y que la justicia tiene que ser la piedra angular en la que se cimiente esa nueva nación en la que anhelamos vivir en un futuro cercano.
Mis postulados me han llevado incluso a enfrentarme en infructíferas batallas de argumentos y contraargumentos, incluso con algunos de mi propia generación, porque creo que un nuevo país no puede ni debe cimentarse sobre la base del odio, las pasadas de cuenta y la simple y llana venganza. Afortunadamente, son pocos los que al parecer no han visto ya suficiente sangre derramada.
Creo que salir de esta dictadura no necesariamente tiene que llevarnos a aceptar esa máxima tan nefasta de que el fin justifica cualquier medio. Y de que por el bien superior debemos proscribir cualquier pensamiento que sea contrario al nuestro, solamente porque no aceptamos que todos somos capaces y estamos llamados a cambiar. Yo defiendo el derecho y creo fervientemente en que todos tenemos el poder de expresarnos libremente. Pero no por darle espacio a todo lo que se quiera decir, significa que sea válido o correcto, o tenga que ser aceptado como verdad absoluta.
No obstante, lo anteriormente mencionado, y no sabiendo si me contradigo con lo que a continuación mencionaré, creo que, en el proceso de ir alcanzando cada día un poco de justicia, también es necesario que ciertas voces recapaciten y sopesen en la balanza de la pertinencia si sus palabras, que son ecos de ideales de luchas del pasado, deberían tener todavía vigencia hoy.
Provengo del seno de una familia sandinista. Recibí por herencia la participación dentro de las filas de ese partido cuyas siglas están llenas de sangre desde antaño. Y sin embargo, en estos seis años de difícil trayecto enfrentado a este régimen, considero que nunca, a razón de lo que ellos dicen que es el sandinismo, he sido tal cosa. Nadie ha terminado de aclararme qué es o qué no es el sandinismo fuera del hecho de que su sola mención es sinónimo de sangre y muerte.
Y en este trayecto también he conocido, por decisiones de la vida y caprichos del destino, a muchas personas que fueron parte de esa generación de guerrilleros de la revolución: comandantes, cachorros, enmontañados, desmovilizados, etc., cuyas mentes se quedaron emborrachadas de ilusión por el amanecer de aquel 19 de julio y que no han aceptado aún que su sueño utópico terminó tan pronto amaneció el 20 de julio. Cuando los vicios de los recién derrotados fueron absorbidos por los vencedores, y ahí los bolcheviques lo único que querían era tener para ellos la vida de poder y privilegios de los zares.
Mucha agua ha transcurrido debajo del puente desde entonces. Nicaragua se bañó de sangre por revolucionarios y contrarrevolucionarios. La Nicaragua postguerra se consolidó sobre la impunidad. Los pobres terminaron pagando la piñata de los revolucionarios, los saqueos al erario público de los “gobiernos democráticos” que, sedientos de poder, nos condenaron a volver al sandinismo.
La herencia que nos han legado debería ser suficiente motivo para que, teniendo algo de vergüenza, dejaran de meter sus manos en un abril que despertó hastiado de todos ellos.
No nos metan a nosotros en sus pleitos asquerosos por propiedades que pretenden vendernos como legítimas, no ocupen nuestra lucha para llorar sus piñatas. Nuestro abril no es el patio para que resuelvan su revolución frustrada.
Aquí hemos perdido vidas de inocentes, heridas que no serán sanadas nunca. No pretendan que empaticemos con la pérdida de su botín de guerra, del cual liberales y sandinistas ya nos hicieron pagar a todos. Si su generación ya tuvo las vísceras para tolerar ver asesinados a cientos de miles de jóvenes nicaragüenses, para nosotros la muerte de más de 300 ya ha sido demasiado. Y a esta generación no se le dará por justicia ponerles sus nombres sobre calles y escuelas.
No les niego el hecho de que, en el fondo, lo que hayan hecho en el pasado, lo hayan hecho por amor a Nicaragua. Pero no todo lo que se hace en el supuesto nombre de la patria necesariamente sea ético o correcto, o deba quedarse en el pasado, esperando ser cubiertos por la impunidad bajo el amparo de sus nuevas acciones, enfrentando hoy al monstruo que ayudaron a criar, a modo de resarcimiento o compensación.
La justicia que promulgamos nos alcanzará a todos, sí o sí. Justicia, no venganza.
Su revolución ya no fue ni será. Es momento de que le den espacio a nuevas voces, voces limpias de todo rastro de sangre. Voces jóvenes que no necesariamente por jóvenes serán sinónimo de éxito, pero sí de cambio. Voces jóvenes que ya dejen de mendigar espacios, sino que los asuman de una buena vez. Se tiene la suficiente autoridad moral para decirles: “Ya basta”. Déjennos ahora a nosotros. Hemos escuchado por décadas las mismas voces y seguimos igual que siempre. Jóvenes, dejad de contestarles a las mismas voces y alcen las suyas. Es el momento, hace seis años que es el momento.
A.H.
Por si acaso se supera el límite de palabras, acá un resumen.
Nosotros no pagaremos las consecuencias de su revolución fallida. Creo en construir una democracia hoy, con acciones y discursos que reconozcan que la verdad y la justicia no son exclusivas de unos pocos. He debatido, incluso con mi generación, porque un nuevo país no debe basarse en odio o venganza. No creo que el fin justifique los medios ni que debamos eliminar pensamientos contrarios.
Provengo de una familia sandinista, pero en estos seis años de oposición al régimen, nunca me he identificado con lo que llaman sandinismo. He conocido a muchos de esa generación revolucionaria que siguen aferrados a su utopía, sin aceptar que su sueño terminó.
Nicaragua ha sufrido por revolucionarios y contrarrevolucionarios, y los pobres han pagado el precio. Es hora de dejar atrás esos pleitos y no usar nuestra lucha para sus propios intereses. No empatizamos con la pérdida de su botín de guerra, pues ya hemos perdido demasiado.
Aun reconociendo que sus acciones pasadas pudieron ser por amor a Nicaragua, no todo lo hecho en nombre de la patria es ético. La justicia que buscamos nos alcanzará a todos. Su revolución ya no será. Es tiempo de dar espacio a nuevas voces, jóvenes, que impulsen el cambio. Es momento de que nos dejen a nosotros.
A.H.