Destacados / Opinión / Ensayos · 20/06/2024

El Caso Acosta

*Por Miguel Mora

Después de varios meses incomunicados y con una alimentación de sobre vivencia a la que nos sometieron como presos políticos en el Chipote, la dictadura respondió a una campaña que denunciaba que nos estaban literalmente matando de hambre acto seguido ordenaron a sus carceleros servir un buffet con alimentos en abundancia y de primera calidad.

No sin antes tomarnos fotos y videos mientras nos entregaban los alimentos.

Esto viene a mi mente cuando veo el teatro de la “renuncia” del exministro de finanzas, Iván Acosta.

Después de allanar su casa, amenazar a su familia y llevar a cabo una cacería para capturarlo al mejor estilo de la mafia siciliana, lo extorsionaron amenazando a sus seres queridos para que se entregara “voluntariamente”.

Acto seguido, lo hicieron aparecer en un lugar público, escoltado lógicamente por agentes de la seguridad del estado sandinista vestidos de civil, para calmar la incertidumbre y mitigar las consecuencias negativas de la caída de uno de los funcionarios más fieles a la pareja de dictadores.

Después de la «sesión de fotos» en el restaurante, lo llevaron a El Chipote y lo obligaron a “renunciar voluntariamente”, para luego asignarle “otras responsabilidades”.

El hecho concreto es que se filtró a 100% Noticias la destitución y persecución en contra de Acosta, lo cual fue confirmado al día siguiente en La Gaceta por el mismo dictador.

La realidad es que la dictadura sabe que no puede confiar en nadie, porque dentro de cada ministerio, estación de policía y base militar hay fuentes que no permitirán que su implosión pase desapercibida.

Así como las fotos y videos pretendían enviar el mensaje a la opinión pública nacional e internacional de que a los presos políticos se nos trataba como si estuviéramos en un hotel de cinco estrellas, es igualmente falso el teatro de la dictadura al querer aparentar una “renuncia voluntaria”, el “almuerzo” casual y despreocupado de un aterrorizado Iván Acosta, ahora caído en desgracia.

Lo que estamos presenciando es un caso claro de extorsión.

La verdad es que los dictadores no confían en nada ni en nadie.

Su paranoia los llevará a perseguir incluso a sus más fieles y cada vez menos incondicionales.