*Andrés Marenco
Desde 2018, Nicaragua ha vivido una escalada represiva que ha marcado a una generación entera. Como jóvenes, hemos enfrentado la crueldad de una dictadura que no solo ha asesinado y exiliado, sino que también ha dejado cicatrices profundas tanto en nuestra vida física como emocional. Nunca imaginamos que enfrentaríamos una realidad tan brutal; subestimamos la magnitud de la crueldad de Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes, rodeados de cómplices sedientos de poder, han cometido crímenes de lesa humanidad y viven con total impunidad.
Los dictadores y sus secuaces han demostrado no tener escrúpulos, incluso para ordenar asesinatos, secuestros, torturas, persecución y exilio tanto a los jóvenes como a todo aquel que se manifieste como un opositor, sin importar su rango de edad. Este ambiente tóxico ha sembrado desesperanza y temor, llevándonos a un estado donde el estrés postraumático, la ansiedad y la depresión se han convertido en nuestros constantes acompañantes.
Muchos de nosotros, ahora lejos de Nicaragua, luchamos día a día con el desgaste físico y psicológico que conlleva el exilio. Adaptarse a una nueva vida mientras cargas con el trauma y la pérdida es una batalla constante. No es de sorprender que el suicidio se haya convertido en una realidad alarmante tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. A falta de apoyo adecuado y prevención efectiva, no pocos han visto en esta trágica opción una salida a su dolor.
Esfuerzos colectivos y recursos escasos
Las organizaciones que intentan abordar estos problemas son escasas y a menudo insuficientes. A pesar de los esfuerzos de entidades internacionales como People In Need, que ha creado campañas digitales para concienciar sobre la salud mental, y colectivos como Sanar Nicaragua, que ofrece atención gratuita y autogestionada, los recursos disponibles son limitados y no logran cubrir las necesidades de todos los que requieren ayuda. En Costa Rica, por ejemplo, donde muchos nicaragüenses han buscado refugio, las iniciativas para ofrecer apoyo psicológico siguen siendo insuficientes frente a la magnitud de la demanda. Entre 2018 y 2022, las solicitudes de asilo superaron las 300,000 en ese país, destacando la urgencia de ampliar y reforzar estos servicios de apoyo.
Rompiendo el estigma social
El estigma asociado a la salud mental persiste como una barrera significativa que impide a muchos jóvenes buscar ayuda. Este se alimenta de la falta de educación adecuada sobre los trastornos mentales, lo que lleva a prejuicios y discriminación contra quienes sufren estas condiciones. Muchas personas dentro y fuera de nuestro país todavía ven los problemas de salud mental como un signo de debilidad o como algo que se puede superar simplemente con voluntad, minimizando así la necesidad de tratamiento profesional y el apoyo emocional.
Como jóvenes, enfrentamos el reto de romper el estigma asociado a la salud mental, un desafío que requiere valentía y acción colectiva. Un ejemplo destacado de esta lucha es Sheynnis Palacios, Miss Nicaragua y actual Miss Universo, quien a través de su plataforma digital Entiende Tu Mente nos proporciona herramientas no solo para identificar la ansiedad, sino también para gestionar nuestras emociones mediante diversos recursos. Esta iniciativa es una valiosa contribución para poner la conversación sobre la mesa.
La irrelevancia de la salud mental en Nicaragua
En Nicaragua, la salud mental sigue siendo un tema alarmantemente ignorado por las autoridades gubernamentales. La inversión del Estado en esta área es mínima, destinando apenas 15 córdobas por habitante al año, una cifra que refleja la falta de prioridad otorgada a esta esencial área de salud pública. Este hecho fue destacado durante el XXIX Congreso Centroamericano y del Caribe de Psiquiatría, donde se reveló que el presupuesto anual de salud en Nicaragua es solo del 0.8 por ciento. Este bajo presupuesto es un claro indicativo de que aún tenemos un largo camino por recorrer para que la urgencia de atender nuestra salud mental sea plenamente reconocida.
La magnitud de este problema se refleja en las estadísticas oficiales, las cuales muestran un aumento de casos desde 2018 hasta 2022; un total de 1,768 personas se habían suicidado en el país, según datos publicados por el Ministerio de Salud (Minsa). Esta cifra no incluye a los jóvenes hombres y mujeres que se quitaron la vida en el exterior. Actualmente, el suicidio es una problemática que afecta directamente a la población y supera las muertes por varias enfermedades crónicas, incluidas algunas hepáticas, subrayando la gravedad de la crisis de salud mental que enfrentamos. Sin embargo, la información proporcionada por el Minsa no detalla los antecedentes de las personas fallecidas ni si estaban recibiendo algún tipo de tratamiento o terapia, ocultando y distorsionando de esta manera la información pública.
La mirada personal
Desde mi propia experiencia en el exilio, puedo narrar que el impacto psicológico de esta crisis es devastador. Diagnosticado con estrés postraumático y ansiedad, veo cómo mis amigos y yo navegamos por este dolor colectivo, encontrándonos a menudo con enormes obstáculos para acceder a la atención psiquiátrica y psicológica necesaria. Pese a todo, seguimos adelante. Más allá de la frontera, llevamos sobre nuestros hombros el peso de sueños truncados y la nostalgia de un hogar al que deseamos volver. Cada día, mientras enfrentamos la vida en tierras ajenas, trazamos nuevos caminos no solo para recuperar nuestro país, sino también para sanar nuestras mentes y corazones.
Esta es la realidad que vivimos muchos jóvenes nicaragüenses hoy: entre la esperanza de un futuro mejor y las sombras de un pasado y presente doloroso. Pero no perdemos la fe, día a día luchamos por superar estos retos, soñando con el día en que podamos regresar a una Nicaragua libre, donde la salud mental sea también una prioridad y no una nota al margen en la agenda política.
*El autor es activista político estudiantil exiliado, defensor de derechos humanos y actor nicaragüense.
Artículo de opinión publicado originalmente en La Prensa