Las lecciones de historia muestran que los vencedores moldean los hechos a su medida, para eso se encarga a historiadores y estudiosos, muchos de ellos seducidos por los bienes y el posicionamiento intelectual oficioso ofrecido por los nuevos detentadores del poder, a tergiversar los hechos y magnificar el lado oscuro de los derrotados. Según el filósofo Walter Benjamin, “La historia tenía que pertenecer a los vencidos, pues su verdad había quedado silenciada y arrinconada por los vencedores que imponían su relato para la posteridad”. Pero no siempre ha sido así.
La dictadura Ortega Murillo organizó con anticipación su maquinaria desinformativa destinada a tejer su maraña de manipulaciones, medias verdades y mentiras absolutas, a través de un monopolio propagandístico, acompañado con el cierre de todo espacio informativo que no se ciñera a sus exigencias, que además desató una avalancha represiva contra periodistas y comunicadores, que llevó al exilio a centenares de profesionales de la información, también se institucionalizó la autocensura a los pocos medios que sobreviven como “independientes”; a eso se añade la subrepticia o descarada presencia de orejas a sueldo o voluntarios, que todo ciudadano teme tener a su lado en cualquier lugar público, lo que limita la libertad de expresión a la intimidad del hogar o reuniones sociales, donde todos se conocen.
Pero la efectividad del modelo informativo copiado, asesorado y orientado por cubanos, chinos y rusos es cuestionable, primero porque ya nadie confía cuando la narrativa muestra una exagerada carga de triunfalismo, felicidad y eternidad del sistema, segundo, por la credibilidad bajo cero de los propagandistas que dirigen esos medios, muchos de ellos cubiertos con la casaca camaleónica de traidores de oficio, y tercero, por la diversidad de acceso a información proveniente del periodismo en el exilio, el que ciertamente ha jugado un papel fundamental para mantener informado a los ciudadanos dentro y fuera del país.
Pero también hay que decir, que ni siquiera los historiadores militantes, muy pocos por cierto y fallecidos algunos, se atrevieron a escribir una sola página señalando el intento de golpe de Estado, la injerencia gringa, y el armamento de guerra en manos de los insurrectos que pretendieron derrocar al gobierno “legítimamente constituido”; es decir que esta “triunfante” dictadura, en la posteridad no contará con un símil como el publicado por el dictador Somoza García, “Sandino o el verdadero calvario de Las Segovias”. Lo más seguro es que entre su servil soldadesca, la dictadura carece de plumíferos capaces de hilvanar un relato de tal magnitud.
Ezequiel Molina
Junio 16, 2024