Destacados / Opinión / Ensayos · 02/08/2024

La línea roja y ética que cruzó la izquierda supuestamente democrática con Venezuela

*Juan-Diego Barberena

El fraude electoral perpetrado por la dictadura de Maduro el domingo 28 de julio recién pasado, no solamente ha dejado en evidencia la naturaleza criminal y cuasi totalitaria del régimen chavista, sino también el enorme rechazo que ese grupo en el poder tiene y que la oposición lo ha demostrado con más del 70% de las actas electorales que demuestran la colosal derrota del régimen. Por eso ha recurrido al fraude y, por eso mismo, este juego no está cerrado.

Este hecho también ha mostrado la verdadera cara de una izquierda que se ha dado en llamar “democrática”, pero que realmente pareciera estar más cerca al fascismo de izquierda de Daniel Ortega, de Díaz Canel y los Castro y del mismo chavismo. 

Tras el anuncio de los resultados fraudulentos por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE), que le otorgaron el triunfo a Maduro, salieron varios líderes, dirigentes y diputadas de distintos países y latitudes a avalar el atraco chavista y a tildar a la oposición de “malos perdedores”, “golpistas”, “irrespetuosos de la voluntad popular”, “injerencistas y “violadores de la autodeterminación”. Un largo etcétera de adjetivos devenidos de los viejos manuales ortodoxos de los autoritarios y extremistas anti democráticos que estos líderes han desempolvado. 

Destacan las expresiones del político español Juan Carlos Monedero que ha insultado al pueblo venezolano que fue a votar por un cambio político y ha dicho en su cuenta de X que Edmundo González y María Corina Machado han cometido delitos electorales. La vicepresidenta segunda de Gobierno de España, Yolanda Díaz, también ha dicho que el pueblo venezolano votó por la paz y se movilizó, y que la derecha debe de una vez por todas aprender a perder. En la misma línea, se han pronunciado el partido político Podemos y la eurodiputada de este mismo partido, Irene Montero. 

La diputada costarricense del partido Frente Amplio, Rocío Alfaro, llegó al extremo de decir que no existe prueba alguna del fraude (yo me pregunto, ¿y las actas que ha presentado la oposición son poesía? ¿Por qué no le pide pruebas al chavismo ante la acusación de sabotaje del sistema de transmisión de datos electorales?), que es solo una narrativa de la oposición que incita al odio y a la violencia con las denuncias de violación a la voluntad popular. El mismo partido de la diputada Alfaro y su excandidato presidencial, José María Villalta, dijeron que “hay que esperar la presentación de las actas” y que la oposición venezolana está llena de fascistas como Milei o Bolsonaro y que él —dijo Villalta— no votaría jamás por la Plataforma Unitaria. Sin embargo, la que pasó los límites fue la senadora colombiana del Partido Comunes, Sandra Ramírez, quien felicitó a Maduro antes que se dieran a conocer los resultados oficiales.

Estas son solo algunas de las opiniones de un sector de la izquierda de Iberoamérica que se unen a Ortega, a Díaz-Canel, a los Zelaya-Castro, a Rusia y China. Ante esta incoherencia de este grupo de políticos creo que vale la pena preguntarse, ¿para qué le puede servir a los sectores desposeídos, marginados y violentados de las sociedades, líderes que avalan a tiranos y violadores de derechos humanos? Yo creo que los líderes mencionados y otros no pueden jamás representar los ideales de cambios de los grandes sectores vulnerados y violentados por el neoliberalismo, por el contrario se acercan más a esos grupos extremistas. Además, aplauden a supuestos izquierdistas que en los hechos son neoliberales, cleptócratas y plutócratas. No tienen una sola vocación ni principios democráticos, ni conocen lo que es la ética política. 

Tener vocación democrática significa emplazar a Maduro a la transparencia y a que presente acta por acta los resultados como, correctamente, lo hizo el presidente chileno Gabriel Boric. La vocación democrática también obliga a señalar que jamás un proceso electoral asimétrico, con inhibiciones electorales, persecución y encarcelamientos de los principales dirigentes del comando de campaña de la oposición y ausencia basta de observación electoral, puede considerarse como transparente, libre y democrático, más allá de que creo que había que librar la batalla en ese campo cuesta arriba. 

Erráticamente estos actores le han puesto en bandeja los argumentos a los sectores más conservadores de la política interna de sus países y a nivel internacional también para señalarlos de cómplices, antidemocráticos y de que seguramente ellos, en el poder, harían lo mismo. Y, por desgracia, en parte de estos señalamientos tienen razón. 

Me considero un activista de la izquierda, uno de tantos que ha enfrentado a la dictadura más totalitaria de Latinoamérica en el Siglo XXI: la de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que de izquierda no tienen absolutamente nada. Pero no simpatizo ni me identifico con la izquierda des-democratizada que aplaude a tiranos y que cierra la boca para pedir el cese de la represión y de los asesinatos en las calles de Venezuela. 

Esa es una izquierda que se elitizó y que jamás ha salido de los manuales anquilosados. Y, además de tibia, sin empatía con el sufrimiento de los más pobres, de los que no tienen nada, de quienes viven con hambre y exigen un cambio de régimen político. Puede que sea porque jamás en su vida política los han perseguido por levantarse a dar un discurso en un mitin o por publicar su opinión en redes sociales, tienen ese privilegio que millones en Venezuela, Cuba y en Nicaragua no lo pueden tener. Y seguro vendrán a decir que eso es culpa de las sanciones y del intervencionismo norteamericano y europeo, y sí, algunas sanciones pueden ser condenables, pero también la dictadura lo es, porque las sanciones no facultan a ningún régimen político a reprimir, matar o encarcelar, ni mucho menos robarse las elecciones. Han pasado una línea roja y ética muy importante. 

Finalmente, la integridad electoral y la primacía de los derechos humanos no tiene nada que ver con tintes, o lentes ideológicos ni con responder a actores geoestratégicos, tiene relación con los principios que nos rigen al momento de hacer política y de luchar por las reivindicaciones sociales y los derechos de las víctimas del corporativismo dirigido por las élites. Hoy, estos dirigentes de izquierda que han aplaudido el fraude de Maduro o bien que no llaman las cosas por su nombre, están más cerca de aquellos que aplauden la falsa batalla cultural de Milei, Trump y Abascal que de los sectores más democráticos y éticos de la política de sus países y del mundo.

*Juan-Diego Barberena | Abogado, Maestrante en Derechos Humanos. Miembro del Consejo Político de la Unidad Nacional Azul y Blanco, y directivo de la Concertación Democrática Nicaragüense, conocida como Monteverde.

Este artículo de opinión fue originalmente publicado en Divergentes

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