Por: Andrés Marenco | Activista, Exiliado y Actor nicaragüense
En un país donde la opresión se siente en cada rincón y la censura acecha cada palabra, he visto cómo la juventud se convierte en una luz en medio de la oscuridad. Enfrentándonos a la brutalidad con una valentía que nos ha costado vidas, libertad y sueños. Como joven, me uní a otros estudiantes que, con una mezcla de miedo, euforia y convicción, salimos a las calles. Exigíamos un cambio, uno que iniciaba con la salida del dictador. En muchos casos, tumbaron nuestros cuerpos, pero, aun así, no pudieron romper nuestro espíritu.
En medio de la crisis del 2018, movimientos como la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN), la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), el Movimiento Universitario 19 de Abril, entre otros, nacieron como símbolos de resistencia y esperanza en medio del hartazgo vividos tambien dentro de los recintos universitarios. Estos movimientos, provenientes de la llama de las manifestaciones de abril en universidades de la capital, Managua y otros departamentos del pais, hicieron frente a la maquinaria represiva del régimen OrMu y sus distintos grupos represivos. Se convirtieron en portavoces de una generación que se negaba y se niega a ser silenciada.
Hoy, más que nunca, la juventud nicaragüense debe ser el motor del cambio. Hemos vivido lo peor y es el momento de mirar hacia adelante, de replantear nuestras demandas y de trascender las divisiones ideológicas que aún persisten en la oposición adulta. Debemos liderar un diálogo generacional, verdadero, que permita construir la Nicaragua que todos soñamos. La clave está en transformar nuestra visión, tomar nuestro entusiasmo joven portador de ideas y convicciones aferradas a ese cambio profundo que anhelamos para nuestro pais y poner manos a la obra con voluntad real.
Nuestros movimientos estudiantiles han sido el bastión de la resistencia y pienso que ahora es tiempo de evolucionar. La transformación de estas plataformas de una visión meramente universitaria a una más política es imperativa. Esta es una cuestión que debe ser discutida internamente, con el propósito de enfocar nuestros esfuerzos en un cambio duradero. Creo firmemente que tenemos el poder de unir lo que la política adulta ha dividido. Nuestra capacidad para superar las diferencias ideológicas y enfocarnos en un objetivo común nos diferencia. Somos la generación que ha experimentado un sin número de desafíos y a su vez también somos los capaces de generar algo nuevo que traiga esperanza en tiempos difíciles, un cambio futuro que transforme y sane toda una sociedad. A pesar de las distancias y dificultades, tenemos la oportunidad de darle un giro a la situación actual. Debemos mantenernos enfocados en tejer vínculos, dialogar, y trabajar incansablemente por el futuro de nuestro país.
Es momento de reconstruir, de colocar pedazo a pedazo de forma firma en los cimientos de la Nicaragua que queremos, libre, justa y democrática, donde todos seamos escuchados y cada derecho sea respetado. Creo desde la mayor honestidad que juntos, somos capaces de convertir la desesperanza en esperanza. La historia nos observará, y es nuestra responsabilidad escribir un nuevo capítulo para nuestra amada Nicaragua.